“Quien se atreva a enseñar, nunca debe dejar de aprender”

Manuel Jesús Fernández Naranjo

Manuel Jesús Fernández Naranjo

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No sé muy bien si fue Einstein quien pronunció esta frase. No sé realmente de quién es, pero me gusta y la he escogido como título de la propuesta hecha desde la iniciativa Voces de Aprendizaje para que narre mi trayectoria de aprendizaje. En primer lugar quiero expresar mi sorpresa por este hecho aunque, lógicamente, quiero agradecer que se hayan fijado en mí para algo tan importante y escasamente desarrollado como es contar y reflexionar sobre cómo cada docente ha llegado a ser lo que es, o lo que cree que es. Porque lo que uno se imagina que es, puede tener diferentes interpretaciones y perspectivas. No deja de ser una sensación vital, una mirada hacia dentro que se refleja hacia fuera con múltiples contrastes y filtros.

1.- Sevilla

Nací en Sevilla en 1962, entre la Macarena y la Alameda, un barrio popular y mis primeros aprendizajes transcurrieron jugando con los vecinos en el patio del bloque y en la calle donde vivía y en la “miguilla” de Dª Paquita, donde también compartíamos otros aprendizajes más serios. Después entré en el colegio en el que estaba mi hermano: San Francisco de Paula, un colegio privado y de mucha relevancia en la ciudad. La verdad es que no puedo más que estar agradecido al ambiente de aprendizaje y de libertad que se vivía en esa institución que no era entonces (al menos eso creo yo) tan elitista como lo fue después. No fui un alumno brillante, más bien del montón y seguramente en Finlandia no hubiera podido dedicarme a la educación.

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Recuerdo con nostalgia y, todavía sorpresa, como jugaba al Apolo XI debajo de las mesas en la clase de D. Germán, o los 110 alumnos de la clase de D. Nicolás, las canastas del almuerzo de los compañeros que comían en el colegio y a los internos que dormían allí toda la semana. Y los partidos de fútbol luchando a brazo partido con el otro equipo…y con los otros doscientos alumnos que compartían el mismo patio. Pero si tengo que quedarme con un recuerdo es para D. José María Garrido, “el Pecholata”, que fue quien me animó a estudiar Historia. Salí del colegio en 1980. A estudiar Geografía e Historia.

No puedo olvidarme tampoco de mis recuerdos y mi aprendizaje en Peñaflor, donde iba muchos fines de semana y todas las vacaciones. Esa sensación de mayor libertad, de poder hacer cosas que no podía hacer en la ciudad también ha marcado mi formación dándole una visión más de campo, de sencillez, de libertad. Allí conocí a la que luego se convirtió en mi compañera. Mis estudios universitarios y mis frecuentes visitas al pueblo me enriquecían personalmente pero me alejaron de mis amigos del barrio. Tenía más campo de aprendizaje, pero no me concentraba en ninguno.

De mis estudios universitarios, donde ya empecé a sacar mejores notas, recuerdo con gran cariño al grupo de compañeros creado desde primero y que terminamos juntos (¡esos ratos en el césped y en el bar La Moneda!) y, como profesores, a Francisco Núñez Roldán que me ayudó en mis investigaciones posteriores y a publicar mis dos libros de demografía histórica sobre Peñaflor y Lebrija. Este ámbito de la investigación me ha dado un bagaje importante no solo de conocimientos, sino de procedimientos y de visión de la sociedad y los factores que influyen en su desarrollo.

Al terminar la carrera tenía mis dudas y nunca pensé dedicarme a la educación. Sí, ahora me parece mentira, pero así era. Sin embargo, unas clases particulares al hijo de un conocido, me hicieron ver que podía dárseme bien. Y nada, a estudiar y a aprobar en el verano de 1987.
Ahí empieza mi aventura de aprendizaje docente. Como todos, no tenía experiencia, sólo recuerdos de los maestros que tuve, de ese “Pecholata”. Precisamente por ello había que estar más pendiente: de otros compañeros, de artículos y de libros de didáctica, del alumnado. Aprendiendo, siempre aprendiendo. Es la única forma. Una cosa sí tenía clara: la geografía y la historia no eran sólo datos aburridos y vacíos sino una forma de ayudar al alumnado a c0mprender la realidad en la que viven.

2. Lebrija

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Estuve el año de prácticas en el Cristóbal Monroy de Alcalá de Guadaira (curso 1987-1988) y el año de expectativa en Palma del Río, en el Antonio Gala. Ese año me destinaron a Lebrija, al Instituto Virgen del Castillo. Era septiembre de 1989. Allí nos fuimos, mi mujer y yo. Después tuvimos a nuestros dos hijos. Y esto no es una cosa sin importancia. Nos hicimos aquí. Somos, porque conozco esa sensación, nosotros, no somos de nadie, de una familia o de otra. Puro aprendizaje social y de supervivencia.

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De todo eso ha pasado mucho tiempo. Durante todos esos años, hasta hace aproximadamente unos siete u ocho, mi práctica en el aula era claramente tradicional: explicar, leer el libro de texto, hacer algunas de sus actividades, entregar fichas con actividades complementarias de refuerzo o de ampliación y con trabajo casi exclusivamente individual. Me iba bien. Tenía excelentes resultados y mi alumnado trabajaba sin excesivos problemas.

¿Pero le servía todo esto al alumnado para su futuro, para su vida fuera de la Escuela? Y en eso llegaron las TIC, las competencias básicas y la comprensión (¿definitiva?) de que por muy bien que me fuera a mí como docente, tenía que cambiar, tenía que buscar otros caminos. Y en esa estamos todavía y espero que por mucho tiempo. ¿Con qué herramientas? Blogs, wikis, sites, prezi, drive, dipity, glogster, muraly, youtube… Pero como se dice tantas veces, lo importante es la metodología. Y para esto, pues: tareas integradas, programación y evaluación por competencias básicas, PBL, flipped classroom, redes sociales en el aula, e-learning, b-learning, m-learning, BYOD, y… trabajo en equipo. Por fin llegamos. Aprendizaje continuo, permanente, ineludible. Siempre aprendiendo, corrigiendo, equivocándome, recomponiendo, improvisando, programando…¿la profesión docente en monótona o aburrida? Creo que no. La profesión docente es en la que más se aprende, no en la que más se enseña.

Todo ha cambiado. Si me pongo a repasar, como estoy haciendo, es otro mundo, porque estamos en otro mundo. No tiene nada que ver, ni por asomo, porque el mundo en el que vivimos, en la modernidad líquida, el aprendizaje expandido y ubicuo ha cambiado por completo el panorama de cómo y dónde se desarrolla éste.

Y lo más importante. El alumnado se convierte en protagonista de su aprendizaje, lo gestiona, se empodera de él. Con mi ayuda, con mi apoyo, con mi guía. Eso es lo fundamental. Pero para llegar aquí se tiene que recorrer un camino. Mientras más corto y rápido sea, mejor para los aprendices. Porque hay muchos obstáculos que se resumen en uno: estar convencido de la necesidad del cambio metodológico. Ahora aprendo mucho del alumnado, de cómo se organizan, de cómo se equivocan y me piden ayuda, de qué les interesa y de qué les aburre soberanamente.

Y ese camino es el del aprendizaje permanente.

3.  Motivos del cambio

Comprendí que había dos líneas de trabajo que eran fundamentales para mi aprendizaje personal y para el de mi alumnado: las competencias básicas y las TIC, o más bien, las TIC 2.0.

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De esa forma, este cambio se debió, en parte, a la formación reglada, tanto a la recibida como a que yo empecé a impartir hacia 2010 en diferentes institutos y centros de profesores. Y dentro de esta formación reglada no tengo más remedio que destacar al grupo iCOBAE y a mi gran amigo Miguel Ángel Ariza (@maarizaperez), con el que empecé a trabajar las competencias básicas en el Plan de Formación de mi centro allá por el curso 2008-2009 y con el que comprendí los entresijos del diseño y desarrollo de tareas integradas y de las tareas de área. Y dentro de este ámbito de la formación más o menos reglada e institucional, recuerdo también con gran alegría y orgullo haber participado en el Proyecto COMBAS al ser seleccionado nuestro centro como participante avanzado. Lo aprendido en Madrid y en los viajes  correspondientes no tiene precio y se puede resumir en el concepto: integración curricular. Es decir, relacionar los elementos del currículo para poder diseñar, desarrollar y evaluar las competencias del alumnado. Pero, lógicamente, también se debe a la red, aunque esto se verá más adelante.

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Y en el campo de las TIC mi aprendizaje ha sido siempre, incluso desde antes de este cambio personal y metodológico, autodidacta: no he hecho ningún curso TIC pero sí estoy siempre pendiente de Internet, de las redes sociales, de enlaces, de herramientas, de aplicaciones. Y, sin embargo, fui formador 2.o en el CEP de Lebrija. Las cosas de tener claro qué es lo que hace falta para el aprendizaje.

4.    LA RED

Pero todo lo anterior se completa o incluso lo supera el aprendizaje en red. Para mí,  la red lo es todo: prensa, lectura, recursos, difusión, colaboración, participación. Internet y las redes sociales son el alma de nuestro mundo digital y si queremos educar tenemos que aprender a entender lo que son y lo que significan y no darles la espalda porque no las entendemos o no nos damos cuenta de su importancia fundamental para el aprendizaje del alumnado. La red ha supuesto el espaldarazo y la confirmación definitiva de una formación reglada que ya me había movido hacia una enseñanza diferente. Como dice mi buen amigo Juan Sánchez Martos (@jsmartos): mi claustro tuitero, pero también de Facebook, de Google+, de Linkedin, de Pinterest, de Scoop.it, de …la red. Conectado. Enredado. Aumentado. Aprendiendo.

En ese ámbito han surgido hace relativamente poco los MOOC (cursos abiertos y masivos en red) que están suponiendo una nueva forma de aprender aprovechando los recursos tecnológicos que tenemos ante nosotros y que se adaptan perfectamente al tipo de aprendizaje conectado. Ya he hecho varios y es una fórmula bastante válida para aprender de manera personalizada y permanente.

Y llegamos así al concepto de PLE que al final confirma todo lo que se venía fraguando. Todo lo que aprendo, lo que narro, lo que experimento, lo que elaboro está en mi Entorno Personal de Aprendizaje. Ese que todos tenemos sin, la mayoría de las veces, saber ni lo que es.

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Pero es que además las redes virtuales crean redes también presenciales: los EABE, Novadors, los encuentros de docentes abren la interrelación en red a una relación personal, de un aprendizaje informal, horizontal. Aprendes sin saber que lo haces. Te das cuenta cuando terminan y reflexionas sobre la convivencia establecida. Esto para mí, es el “espíritu EABE”: “emotionware” y aprendizaje, incluso “aprendizaje pirata” como propuso José Luis Castillo (@jlcastilloch) en el EABE de Úbeda.

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5.    Leer y escribir. Compartir

Y ese cambio, aparte de en la docencia, lo noto en dos actividades fundamentales para esto de aprender: leer y escribir. Ni leo, ni sobre todo escribo igual. Leer se ha convertido en una posibilidad de compartir recomendaciones, ideas y se ha ampliado a un campo muy diverso de materiales: libros, artículos, enlaces, entradas, tuits, etc. Y qué decir de escribir, que se ha hecho casi una necesidad básica para compartir ideas, propias y, sobre todo, ideas ajenas, interesantes, para convertirme en eso que se llama algo tan malsonante como curador de contenidos.

6.    El alumnado

El aprendizaje profesional tiene una vertiente fundamental que no siempre se reconoce: el alumnado. Es el termómetro de la tarea docente. Sabes, por ellos, si están interesados, motivados, o todo lo contrario y, por lo tanto, te devuelven la sensaciones de si lo estás haciendo bien o debes cambiar. Hay que observarlos, hay que dejar que se expresen, que expliquen sus problemáticas, que sean protagonistas de su aprendizaje y no deben quedarse en el papel pasivo que tradicionalmente encuentran para ellos en la Escuela. Si se es capaz de darles protagonismo, de escucharles, de verles como aprendices y no como enemigos, en definitiva, si tienes buenas expectativas sobre ellos, te responden y aprenden. Y el docente también. Incluso más que ellos.

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7.    La Dirección

Y llegamos al último ámbito de aprendizaje, la dirección de un centro educativo. Empecé como cargo directivo casi como todos: sin quererlo y sin pensarlo. Había que arrimar el hombro ante una situación difícil del centro. Fui seis años jefe de estudios y después he sido once años director y me quedan, por lo menos otros tres. Estar en un cargo directivo, y sobre todo, en estos dos, es sobre todo una fuente inagotable, y a veces muy absorbente, de aprendizaje (y así lo reconoce todo el mundo y yo se lo planteo siempre a mis compañeros de equipo).

Aprendes sobre leyes, normativa, organización, planificación, didáctica y metodología. Y cuando llevas 17 años, qué voy a contar. Pero sobre todo es un campo de aprendizaje sobre relaciones e intereses personales, descubriendo flaquezas y virtudes y donde tienes que tener, como me dijo mi primer jefe de estudios, “un armario lleno de capotes” para sacarle a cada problema el adecuado. Y no se trata, como algunos podrían pensar de “pasar de los problemas” toreándolos elegantemente, sino que se trata de relativizar. Para cada miembro de la comunidad su problema es el más importante mientras que para la dirección el problema más importante es el centro y su buen funcionamiento. La dirección te proporciona, por tanto, dos capacidades que debes desarrollar rápidamente: relativizar los problemas y tener una visión de conjunto de los mismos. Te coloca en una perspectiva diferente.

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La dirección, por lo tanto, te lanza a otra dimensión que no todo el mundo entiende ensimismados en problemas sectoriales o personales. Además, en esa dimensión directiva se está entre dos fuegos: la administración y el centro. Más capotes. Más paciencia. Y, seguramente, más frustraciones que tienes que relativizar para no caer en  el desaliento.

Pero se pueden hacer muchas cosas. Y de hecho se hacen y yo he puesto mi granito de arena para hacerlas: dos proyectos curriculares, uno LOGSE y otro LOE, programaciones basadas en la integración del currículo y las competencias básicas, abrir el centro a la comunidad, transparencia informativa, fomento de la utilización de las TIC y nuevas metodologías, etc. Pero siempre queda un hueso que no se puede roer: la práctica en el aula. Ahí es dónde fallan las competencias de la dirección porque sigue siendo un ámbito cerrado, individual.

Y para finalizar me gustaría plantear un tema ya debatido muchas veces en las redes y en conversaciones personales. Los docentes entienden la dirección como una rémora para la innovación y para el cambio y como una figura que entorpece el trabajo en el aula con una burocracia inútil. Por otra parte, tampoco es extraño encontrar lo que vendría a ser una dirección poco comprometida con los cambios, acomodada y timorata, que no quiere problemas. Pero ¿qué ocurre cuándo es al revés, cuando la dirección es innovadora, fomenta los cambios metodológicos y es el claustro o las familias los que no quieren cambiar casi nada? Yo todavía no he resuelto el problema. O mejor dicho, la solución no me agrada porque mantiene lo de siempre con un barniz de aparente cambio. O sea, que el núcleo duro de la práctica en el aula sigue siendo la tradicional aunque la ley, la normativa, la sociedad y el mundo (y todo lo que se quiera) demanden otra cosa. También hay que afirmar que si el director es de toda la comunidad hay que tener en cuenta esas situaciones y aprender a no forzar porque tampoco esa postura lleva a soluciones factibles, consensuadas y sólidas.

En eso estamos, aprendiendo. Todavía. Y lo que queda.

8.    A modo de conclusión

Miro atrás y veo, aparte de muchos años, un aprendizaje continuo y variado, desde pequeño, en la calle, en el colegio, en el pueblo, en la facultad, como docente, como director. La vida.

Y, sobre todo, veo evolución, cambio y necesidad de adaptación a un mundo que evoluciona y cambia a una velocidad trepidante. Si la expresión “como siempre se ha hecho” casi nunca ha sido verdad, mucho menos lo es en la sociedad digital y en la modernidad líquida, donde el aprendizaje ha dejado de ser homogéneo y básicamente formal y se ha convertido en ubícuo, expandido, aumentado y, básicamente informal (¿quién busca ahora en la Larrousse y no en Google?).

Por eso tengo que seguir aprendiendo. Me dedico a la enseñanza y dirijo un centro educativo.

Un comentario en ““Quien se atreva a enseñar, nunca debe dejar de aprender”

  1. Excelente reflexión. Una cita muy relacionada y acorde con la formación de los docentes como pilar básico de la mejora del proceso de enseñanza.
    De John C. Dana

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